Del socialismo utópico al científico

Marx y Engels, en el primer párrafo del Manifiesto Comunista establecen la ley fundamental del materialismo histórico: el motor de la historia es la lucha de clases. La lucha de clases lo recorre todo, también el nacimiento y el desarrollo del propio marxismo. La teoría revolucionaria del proletariado nace y se desarrolla en pleno capitalismo de libre cambio, en lucha con los socialismos utópicos y el anarquismo, las formas que entonces tomaba la ideología burguesa en el seno del movimiento obrero.

En su desarrollo, la teoría revolucionaria del proletariado se ha enfrentado a tres grandes encrucijadas, tres momentos decisivos en los que estaba en juego, por muchas décadas, el destino de la revolución. En cada una de estas tres grandes encrucijadas, el proletariado revolucionario organizado como clase –es decir, como partido– ha tenido que desplegar un feroz combate con las corrientes ideológicas y políticas burguesas que luchaban por tomar la dirección de la clase obrera y el movimiento revolucionario. Cada una de estas tres encrucijadas –Marx y Engels frente a socialistas utópicos y anarquistas, Lenin y el Partido Bolchevique frente a la socialdemocracia, Mao TséTung y el PCCh frente al revisionismo contemporáneo encabezado por la URSS– se ha saldado con una ruptura que ha significado un desarrollo cualitativo de la teoría revolucionaria y un gran avance de la revolución proletaria mundial: Comuna de París (1871), Revolución de Octubre (1917) y Gran Revolución Cultural Proletaria (1966).

La aparición del marxismo es la primera gran ruptura de la teoría revolucionaria

La aparición del marxismo es la primera gran ruptura de la teoría revolucionaria. En ella, Marx y Engels, tomando posición por la revolución y llegando desde ahí a la conclusión de que el proletariado es “la única clase verdaderamente revolucionaria” en el capitalismo, trazan una clara línea de demarcación entre la ideología burguesa y la proletaria, combatiendo teórica, política y organizativamente las formas que en aquel entonces tomaba la ideología burguesa en el seno del movimiento obrero: los socialismos utópicos y el anarquismo.

Los socialismos utópicos

Desde que tras la revolución en Francia de 1789 se puso de manifiesto que la sociedad de “libertad, igualdad y fraternidad” que prometía la burguesía no era en realidad sino un nuevo sistema de opresión y explotación del pueblo trabajador, aparecieron inmediatamente diversas doctrinas socialistas. Son los socialismos utópicos, doctrinas que criticaban, condenaban y maldecían a la sociedad capitalista. Soñaban con su destrucción y su sustitución por una sociedad igualitaria ideal. Pero sus propuestas y alternativas no eran ninguna solución real. Ni entendían ni eran capaces de explicar la verdadera naturaleza de la esclavitud asalariada; cuanto más violentamente clamaban contra la explotación de la clase obrera, menos estaban en condiciones de indicar claramente en qué consistía y cómo nacía esta explotación; su misma posición de clase, ideológica y filosófica, hacía imposible que pudieran descubrir las leyes universales que rigen el desarrollo del capitalismo. Desde aquí, no podían señalar qué clase social está en condiciones de convertirse en creadora de una nueva sociedad ni qué instrumentos necesita para hacerlo.

Los tres máximos representantes del socialismo utópico –los franceses Fourier y Saint Simon y el británico Robert Owen– ni siquiera se planteaban ser representantes de los intereses del proletariado, pues no se proponían emancipar primero a una clase determinada, sino, de golpe, a toda la humanidad. Frente a la tesis de la lucha de clases, oponían la idea de fraternidad del género humano.

Como dice Engels en su libro Del socialismo utópico al socialismo científico, estas embrionarias doctrinas socialistas no hacían más que reflejar el estado incipiente de la producción capitalista y del mismo proletariado. Para los socialistas utópicos la sociedad no encerraba más que males e injusticias, y, presos todavía de las ideas burguesas de la Ilustración, era de la cabeza, de la razón pensante de unos pocos individuos, de donde debía salir la solución de los problemas sociales. Por eso, dice Engels, cada uno de los grandes pensadores del socialismo utópico trató de “descubrir un sistema nuevo y más perfecto de orden social, para implantarlo en la sociedad desde fuera, por medio de la propaganda, y a ser posible, con el ejemplo, mediante experimentos que sirviesen de modelo”. Crearon a este fin desde “fábricas modelo” o “granjas cooperativas socialistas” (Owen) a “comunidades igualitarias” (Saint Simon) y “falansterios” o comunidades rurales autosuficientes (Fourier).

Cada uno de estos modelos y ensayos de nuevos sistemas que debían ser la base de la transformación social nacían condenados a moverse en el reino de la utopía, al no partir de la relaciones materiales sociales existentes. Al desconocer las leyes objetivas de desarrollo del capitalismo, cuanto más detallados y minuciosos eran sus planes, mas degeneraban en puras fantasías. Su utopía consistía en creer en la posibilidad de un capitalismo equitativo, del que se hubiera desterrado la anarquía en la producción mediante una planificación que permitiera superar la pobreza y evitara las guerras entre naciones. Para muchos de ellos, su propuesta consistía sobre todo en trasladar a la política los códigos del primitivo cristianismo y sus preceptos de igualdad.

A pesar de reconocer en los dirigentes socialistas utópicos su carácter honrado y revolucionario, Marx y Engels despliegan un amplio y sistemático combate contra sus ideas, y en ese combate sientan las bases de la ideología proletaria, desarrollan una nueva filosofía, el materialismo dialéctico y establecen los fundamentos de una nueva ciencia, el materialismo histórico, que desentraña las leyes objetivas que rigen el desarrollo de las sociedades humanas y por tanto permiten al proletariado, actuando de acuerdo a ellas, avanzar hacia sus objetivos históricos.

La concepción materialista de la historia

De este modo el socialismo no aparecía ya como el descubrimiento casual de tal o cual intelecto de genio, sino como el producto necesario de la lucha entre dos clases formadas históricamente: el proletariado y la burguesía.

Su misión ya no era elaborar un sistema lo más perfecto posible de sociedad, sino investigar el proceso histórico económico del que forzosamente tenían que brotar estas clases y su conflicto, descubriendo los medios para la solución de éste en la situación económica así creada. Pero el socialismo tradicional era incompatible con esta nueva concepción materialista de la historia, ni más ni menos que la concepción de la naturaleza del materialismo francés no podía avenirse con la dialéctica y las nuevas ciencias naturales.

El socialismo no aparecía ya como el descubrimiento casual de tal o cual intelecto de genio

En efecto, el socialismo anterior criticaba el modo capitalista de producción existente y sus consecuencias, pero no acertaba a explicarlo, ni podía, por tanto, destruirlo ideológicamente, no se le alcanzaba más que repudiarlo, lisa y llanamente, como malo. Cuanto más violentamente clamaba contra la explotación de la clase obrera, inseparable de este modo de producción, menos estaba en condiciones de indicar claramente en qué consistía y cómo nacía esta explotación. Mas de lo que se trataba era, por una parte, exponer ese modo capitalista de producción en sus conexiones históricas y como necesario para una determinada época de la historia, demostrando con ello también la necesidad de su caída, y, por otra parte, poner al desnudo su carácter interno, oculto todavía.

Este se puso de manifiesto con el descubrimiento de la plusvalía. Descubrimiento que vino a revelar que el régimen capitalista de producción y la explotación del obrero, que de él se deriva, tenían por forma fundamental la apropiación de trabajo no retribuido; que el capitalista, aun cuando compra la fuerza de trabajo de su obrero por todo su valor, por todo el valor que representa como mercancía en el mercado, saca siempre de ella más valor que lo que le paga y que esta plusvalía es, en última instancia, la suma de valor de donde proviene la masa cada vez mayor del capital acumulada en manos de las clases poseedoras. El proceso de la producción capitalista y el de la producción de capital quedaban explicados.

Estos dos grandes descubrimientos: la concepción materialista de la historia y la revelación del secreto de la producción capitalista, mediante la plusvalía, se los debemos a Marx. Gracias a ellos, el socialismo se convierte en una ciencia, que sólo nos queda por desarrollar en todos sus detalles y concatenaciones.

F. Engels

(Del socialismo utópico al socialismo científico. 1880)

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